Mi pasión por el balompié surge cuando estudiaba el cuarto año de la primaria. Puedo recordarlo como si fuera ayer; estaba en un recreo con una amiga llamada Atziri, cuando de repente llegó un balón a mis pies, producto de una cascarita que estaban llevando a cabo los niños de mi generación. Entre ellos, se encontraba Andrés, un niño que en su momento, me tenía locamente enamorada. Regresé el balón con una “fuerte” patada y por alguna extraña razón me incorporé al partido; no recuerdo si en ese momento sabía a dónde tirar, quién era de mi equipo, etc. pero decidí que todos los recreos serían iguales, quizá por estar cerca de Andrés o quizá por otro motivo, eso nunca lo sabré, pero de ese día hasta ahora, no hay fuerza humana que me pueda quitar la idea de amar con total entrega este deporte.
Los años pasaron y se fueron uniendo a mí y a mi gusto por el soccer, máximo tres niñas más; juntas entrabamos con mucho valor a la cancha a empezar la reta. Los niños siempre respetaron la idea de que jugáramos con ellos, y si no es así, es algo que tampoco recuerdo, porque a diario me encontraba en la cancha, corriendo, peleando, gritando, dando pases, metiendo goles, diciendo groserías, hasta incluso portereando, acto que hoy día me da mucho miedo.
Desgraciadamente, mi vida practicando un deporte de “hombres” no era tan fácil. Por un lado mi papá nunca aceptó la idea de que una de sus niñas jugara futbol, le parecía peligroso ya que era un deporte agresivo. Y por otro lado, en los únicos momentos en los que podía esconderme de mi papá y jugar (en las retas que se hacían en el club, con puros hombres), aparecían señores que decían: “No puede jugar esa niña, no vengo a jugar con mi hija”, lo cual me hacía enfurecer demasiado. Por suerte mis amigos me apoyaban y nunca dejaron que nadie me hiciera menos, me elegían en sus equipos, me cuidaban y aparte me defendían de cualquier muchacho o señor machista.
Pasaron muchos años y fui convenciendo a mi papá que no era peligroso practicar este deporte; al principio comencé a jugar en un equipo en el club y más tarde ya en el equipo de la escuela. Fue un proceso difícil, ya que mi papá nunca iba a verme jugar, lo cual me ponía muy triste, pero un día, gracias a mi insistencia logré que fuera a la final de un torneo que se llevó a cabo en el club. Estaba muy emocionada, por primera vez tenía la oportunidad de que mi papá me viera jugar y se diera cuenta que era buena. Comenzó el partido y me desconecté de todo lo que no fuera balón, cancha, árbitro, compañeras y portería; estaba realmente concentrada pues tenía que hacerlo muy bien. Afortunadamente logré mi objetivo, mi equipo ganó la final y yo metí el gol del gane, pero me llevé una mayor sorpresa. Al salir de la cancha, emocionada por mi desempeño, salí buscando a mi papá para escuchar algún comentario que me hiciera sentir mejor, pero nada de lo que imaginé fue así. Tuve que irme a bañar, sin encontrarlo y preguntándome dónde estaría. Mas tarde me enteré que mientras yo jugaba, él había salido a cortarse el cabello.
A pesar de esa decepción, no me di por vencida, tenía más partidos en el colegio así que insistí en invitarlo. Ahora también jugaba en el equipo mi hermana menor, por lo que tenía más oportunidad de que mi papá estuviera ahí, pues la pequeña era la consentida. Llegó el momento del encuentro, se disputaban el gran clásico “La Florida” vs. “Instituto Cultural” (mi escuela), ya que son los únicos dos colegios teresianos en el Distrito Federal, por lo que existe una gran rivalidad. Pasaron solamente 5 minutos y el partido se mantenía cero por cero, ahora si volteaba a las gradas para percibir que mi padre no se ausentara, y justamente en el momento que vi que se levantó, recibí el balón. No tuve tiempo de pensar nada, mi instinto me llevó a burlar a dos contrincantes y tirar a gol, le pegué con todas mis fuerzas, que incluso hasta pude haber volado el balón. Pero esta vez la suerte estaba de mi lado, el balón entró y toda la tribuna se levantó emocionada gritando y festejando. No tuve mayor felicidad, al ver que entre toda esa gente, se encontraba mi papá, disfrutando del gol al igual que todos.
Ese día comprendió todo lo que representaba para mí este deporte: pasión, entusiasmo, nervios, entrega, aprendizaje, dedicación, y un sinfín de emociones que solo he vivido a la hora de estar en el terreno de juego. Desde ese momento me acompaña a todos mis partidos y expresa molestia o felicidad al ver un gol, una falla, un buen o mal pase, un túnel, una falta o un tiro de castigo. Son 10 años los que llevo practicando este deporte y donde aprendí y enseñé que en este, como en todos los deportes, se rompen géneros.
Por: Estefanía Carmona.
Por: Estefanía Carmona.
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